Escribir muerte y volver a la palabra de origen, interrumpir el pensamiento por un instante, volver a escribir ciegamente sobre la página en blanco que encandila. Escribir la propia guerra contra la escritura. Escribir que no sé escribir, que tan solo es una pulsión, un susurro del inconsciente, el alarido de mis sueños, la pesadilla. Escribir y violar el papel con los sentidos. Perseguir la forma informe de mis instintos. Habitarme en letras, descomponerme.
Huyo hacia la imagen y me domestico. Me convierto en objeto, me doblego. Ya no soy yo, sino la Otra, a quien observo frente a mí, capturada. Me convierto en reh én de mí misma. Mi identidad se quiebra, se fractura. Ahora “somos”… Ella y yo, distantes pero indisolubles. Se cierne así la sombra de un abismo y de una distancia entre las dos. ¿Soy yo la que observa o la que es mirada?